martes, 1 de julio de 2014

James Dean, de ídolo juvenil a leyenda.



    Soy una persona a la que le encanta el Cine hasta el punto de que mis allegados creen que es una obsesión, y la verdad es que no me atrevo a negarlo. Pero además de ver películas me interesa también la biografía de los actores y conocer la fecha de sus nacimientos.
    Pues bien, el pasado día 8 de febrero James Dean hubiese cumplido 83 años y se lo dije a mi madre. Otras veces, cuando le digo que es el cumpleaños de algún famoso que admiro se limita a asentir si está muy ocupada y, si no, a decir un simple: "Ah". Pero esta vez no. En esta ocasión me dio una respuesta que yo no me esperaba y que me hizo reflexionar. "Uy, qué viejo; seguro que él no quería ser así". Me quedé callada un instante y después me puse a pensar que tenía razón, tal vez a él no le hubiera gustado verse con arrugas, canas, achaques y un bastón o, lo que es peor: haberse visto postrado en una cama. ¿Hubiese podido su belleza resistir al paso del tiempo? Freddie Mercury, otro de mis ídolos, había dicho una vez que él no se imaginaba sobre el escenario con un bastón y, tal vez, James Dean pensaba igual.
     Sin embargo, si pensamos en toda la gente que se fue antes de tiempo, no se puede evitar imaginar como hubiesen sido y lo que hubiesen logrado en sus vidas.
    'Live fast, die young'.

                                                            SARA
 
                                                                                                                           

jueves, 20 de marzo de 2014

"Amor actualizado".

    Se conocieron en Badoo y se enamoraron. Él le mandaba WhatsApps de "buenos días" y ella de "buenas noches"; se veían por Skype todos los días y se mandaban iconitos de corazones.
    Cuando él se cansó, no quemó sus cartas, ni tampoco dejó de pasar por delante de la puerta de su casa, simplemente porque no sabía donde vivía (realmente no sabía nada de ella). Tan solo dejó de seguirla en Twitter, Facebook e Instagram.


                                                                                                                            SARA

sábado, 8 de febrero de 2014

Memorias de Iván Ilich.

   Mi enfermedad me estaba consumiendo. Mi vida se dirigía a su fin a pasos agigantados. Sentía que cada punzada de dolor, era un minuto menos... y ya llevaban transcurridos muchos minutos. Sin embargo, el abrazo de mi hijo parecía revivirme. Aquellas blancas y finas manos que rodeaban mi cuello eran las que acariciaban mi rostro hasta que conseguía conciliar el sueño.
   Vasya era el único que se preocupaba  por mi estado de salud. Cada vez que me preguntaba cómo estaba, intentaba reunir las pocas fuerzas que me quedaban para esbozar una escueta sonrisa y responder un apenas audible "mejor". Aquel simple acto parecía alegrar a mi pequeño y pegando saltos por todo el salón repetía: "¡Ya verás qué pronto podremos volver a correr juntos por el campo!"  Aquello, os lo juro, me rompía por dentro.

                                                                                                                                       SARA